martes, 16 de septiembre de 2008

El fantasma que asustó a presidentes y poetas en el Museo Fernández Blanco


Ella no tiene la culpa... de haberse muerto sin querer. Tenía sólo 17 años. Era tan joven que no pudo resistir cuando la tuberculosis atacó su frágil cuerpo. Puede que no se haya dado cuenta, o puede que esté llorando su suerte, pero lo cierto es que aún hoy da vueltas por los jardines del Museo de Arte Hispanoamericano.

En una cuadra empinada que llega a la Avenida Libertador, en el barrio de Retiro, descansa una casona construida a principios del siglo XX, pero con el estilo propio de una casa colonial. Con patios y galerías, columnas en la entrada, un jardín andaluz, un aljibe y enredaderas. Y entre las columnas de la galería, bajo la luz de la luna y como alma penitente, ella camina, quizás sin saber bien por qué.

La casona que alguna vez fuera “la casa de la familia Noel” es hoy la sede del Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco. La fachada estilo colonial es como un oasis de tradición en la cada vez más cosmopolita ciudad de Buenos Aires. Fue construida por el arquitecto argentino Martín Noel, quien además era coleccionista de arte hispano.

Con el paso del tiempo, la casona fue pasando de mano en mano, e incluso fue usada como centro de trata de esclavos, como cuentan las malas lenguas. También dependió por un tiempo de la Parroquia del Socorro, ubicada a pocas cuadras de la casona. Fue en ésta época que la joven habitó la casa, en vida.

Tiempo más tarde, en 1928, cuando todavía era “la mansión Noel”, un presidente de los Estados Unidos, Herbert Hoover, se hospedó en la casona… y no pudo pegar un ojo. Es que la podía escuchar, gimiendo y llorando, azotando puertas, e incluso algunos miembros de su escolta dijeron haberla visto caminando afuera, sin tocar el suave pasto del jardín.

Su imagen extremadamente blanca llamó más de una vez la atención de los invitados a las reuniones que el poeta Oliverio Girondo diera en los años ‘40 en su casa aledaña al actual Museo Fernández Blanco. Por ese entonces, ninguno de los presentes (como el escritor Manuel Mujica Lainez) podía explicar qué hacía esa chica caminando por el jardín del museo a altas horas de la noche…

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