lunes, 3 de noviembre de 2008

A la espera de la muerte (historia de “la viuda loca”)


Una noche de marzo, hace no mucho tiempo, ocurrió algo extraño en el Faro Punta Ninfas a 50 kilómetros de Puerto Madryn. Un barco pesquero navegaba las aguas de un mar tranquilo. Catorce marineros descansaban en los depósitos, el Capitán conducía la máquina y el viejo Eduardo Martínez miraba el brillo de las estrellas que no dejaban de sorprenderlo a pesar de ser un marino de profesión desde hacía 43 años.
Guiados por el faro seguían su marcha, pero al pasar por su lado la torre luminosa se apagó por completo. Alarmado por el peligro que significa un mar a oscuras, Eduardo le pidió al Capitán que se detuviera y abandonó el barco para tratar de arreglar la luz.
El hombre se adentró al faro y comenzó a subir una larga escalera de hierro. Antes de llegar a la punta una sombra lo distrajo. Asustado quiso retroceder pero sus pasos no respondían y, sin dominar su cuerpo, los pies continuaron subiendo.
Ya frente al foco apagado vio que una silla oxidada se mecía hacia delante y hacia atrás, una y otra vez. En ella, una dama envuelta en una frazada gastada color azul, lloraba en un silencio penoso.
Eduardo se acercó, tocó a la mujer por el hombro y quedó petrificado cuando reconoció en su rostro a Margarita, su esposa fallecida dieciséis años antes. Blanco como la luna, la miró fijo y le preguntó por qué lloraba. Ella lo miró con ojos cansados y sonrisa débil. Mientras las lágrimas recorrían sus arrugas cuesta abajo, y casi en un susurro, le explicó que lloraba de tristeza porque su esposo había tardado mucho tiempo en ir a buscarla.
El viejo, sin comprender demasiado, le preguntó si había estado sentada allí desde el día de su muerte. “Si”, respondió ella, “estoy acá desde el 4 de enero de 1945, el día tu muerte, el día que se hundió tu barco. Estoy acá sentada esperando a que tu amor me encuentre, tome mi alma y la lleve a navegar por todos los mares junto a la tuya”, le dijo. Enseguida Eduardo la tomó de la mano, la dama agachó la cabeza contra su propio pecho, cerró los ojos y cesó de respirar.
Su cuerpo fue encontrado semanas después, sentada en la misma silla oxidada que ya no mecía. Al verla, reconocieron en ella a la viuda de Eduardo Martínez, uno de los 16 tripulantes fallecidos un verano de 1945 cuando se hundió su barco al lado del faro. “La viuda loca”, la llamaron sus vecinos de Puerto Madryn al enterarse que la señora se sentaba cada noche en el faro esperando a que su marido regrese.
Dicen quienes acostumbran a navegar por esas aguas que cuando se pasa por al lado del faro, pueden escucharse risas y tarareos de un hombre y una mujer que parecen estar felices. Desde ese día, el faro nunca más volvió a apagarse.

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