domingo, 19 de octubre de 2008

Las lágrimas de Felicitas

Cinco ángeles adornan la iglesia de Santa felicitas, en el barrio de Barracas. Todos tienen el ala derecha caída, y cuando los restauraron, las campanas de la iglesia sonaron inexplicablemente, sin que nadie las hiciera resonar.

Se dice que si se deja al atardecer un pañuelo atado a la reja que divide el altar de la nave principal, amanecerá húmedo por las lágrimas de la triste Felicitas, una mujer de amores frustrados por el mandato de la sociedad.

Felicitas Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto era hija de una familia de alcurnia de la vieja sociedad de Buenos Aires. Desde su primera presentación en sociedad fue la belleza más comentada de Buenos Aires. Jóvenes de todas las familias tradicionales porteñas como Cristián Demaría o Enrique Ocampo, la pretendían.

En 1862, cuando tenía sólo quince años, fue obligada a casarse con un amigo de su padre, un hombre de unos sesenta años llamado Martín Gregorio de Álzaga.

De Álzaga era un buen partido, ya que tenía una gran fortuna y buen nombre, pero Felicitas no lo amaba. Los únicos dos hijos que tuvo el matrimonio murieron a temprana edad, y poco tiempo después murió el marido de Felicitas, dejándola viuda a los 24 años, con una casa vacía, y con 71 mil hectáreas de tierra para administrar.

Pero un pretendiente, Enrique Ocampo, persistía en buscar a Felicitas, quien se mantenía cordial pero lejana de todos sus pretendientes. Recién pudo estar cara a cara con ella justo cuando se comprometió para casarse por segunda vez.

La historia se convierte en un confuso relato, que da lugar a la leyenda, cuando Ocampo convence a Felicitas de encontrarse en su casa para hablar y, después de una fuerte discusión, se escucharon dos disparos: Ocampo estaba muerto, y Felicitas, herida de muerte.

Después de una dolorosa agonía, Felicitas murió. Se barajaban varias posibilidades, como que Ocampo hubiera querido matar a Felicitas para después suicidarse, o que otro pretendiente de Felicitas, Cristián Demaría, encontró a Ocampo con el arma en la mano y en un forcejeo se dispararon los infortunados tiros.

Hoy, hay un eco melancólico y triste que sobrevuela la iglesia, ubicada en el corazón de Buenos Aires. Todos los 30 de enero se dice que el fantasma de Felicitas, solitaria, llorosa y pálida, camina por el interior de la iglesia que su familia hizo levantar para preservar su memoria.

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