lunes, 27 de octubre de 2008

El beso de un muerto


Después de hablar por Messenger durante casi un año, ambos sintieron que se conocían lo suficiente como para dejar de lado el monitor y los teclados, y verse en persona. Fue un viernes de agosto, la noche estaba helada y hasta la hora parecía congelarse. Se encontraron en la puerta de Brujas, un conocido bar de la Plaza Serrano, en el barrio de Palermo.
Ella llevaba un jean elastizado y un abrigo fucsia, él estaba vestido de un riguroso negro y no despegó la mirada del suelo, provocando que su pelo azabache (que le pasaba los hombros) le tapara la cara. La hizo pasar, le acercó una silla y se sentó frente a ella con los ojos clavados en la mesa.
La noche fue muy corta. Después de tomar un porrón de Heineken, aburrida porque él no la miraba ni emitía palabras (a diferencia de sus constantes y divertidas charlas por MSN), ella le propuso finalizar la velada y despedirse. Por primera vez escuchó su grave voz: “Estoy con el auto, dejame alcanzarte a tu casa”, le dijo el muchacho. Ella pensó que negarse sería una descortesía, además quería aprovechar que al fin se había animado a hablarle aunque su voz sonara pausada, gruesa y con un eco extraño. Luego de unos segundos, ella aceptó.
Caminaron dos cuadras silenciosas hasta que él se detuvo de golpe, sacó las llaves de su bolsillo, desactivó la alarma, abrió la puerta del acompañante, corrió la notebook que estaba en el asiento, y sin dirigirle la mirada, la invitó a subir. Ella, temblorosa, pensó que se trataba de una broma, pero al ver que él no se reía, accedió a subirse al coche fúnebre, un Cadillac negro lustrado de manera impecable.
Cuando él encendió el motor, una sinfonía de Beethoven comenzó a sonar desde los parlantes. Para acrecentar su horror, la chica notó que en la parte trasera descansaba un ataúd de madera oscura. Él reconoció el pánico en ella y, señalando el féretro, le aclaró: “Aquí vivo y aquí duermo”.
Ella quiso gritar, pero se ahogó en su propio aire. Intentó abrir la puerta del coche pero fue imposible, además la marcha del vehículo había acelerado a una velocidad indescriptible. Sin necesidad de darle la dirección, él estacionó en la puerta de la casa de la joven. “¡Un beso de buenas noches!”, exclamó rodeándole la nuca con su mano esquelética aprisionándola hacia él, logrando que sus labios fríos y resecos se posaran sobre los suaves y rosados labios de ella.
Enseguida sintió un hedor repulsivo, un escalofrío le recorrió el cuerpo, lo miró a los ojos y encontró solo dos cuencos vacíos en un rostro cadavérico. Él empezó a reír a carcajadas, emitiendo un eco cada vez más fuerte. Al ver que no conseguía reacción de la muchacha, la empujó al asfalto y el coche fúnebre arrancó de manera violenta, perdiéndose de vista al instante.
Al escuchar el ruido, la madre de la chica salió a la verdea y vio a su hija pálida, tendida en el piso repitiendo sin parar: “Está muerto, está muerto, está muerto y me besó”. Así pasó el fin de semana. Sin comer, sin dormir y sin dejar de susurrar la misma frase una y otra vez. Sin lograr calmarla, la joven fue internada en una Fundación para la Salud Mental en la calle Godoy Cruz 1878. Meses después, se conocieron dos casos iguales.

4 comentarios:

Leonardo Ferri dijo...

jaaa, me encantó! Cosentino, soy tu fan.

Es más, si publicás esto ya tenés sponsors: Brujas, msn, Heineken...

Anónimo dijo...

ay me sonrojé... pero ojo que me diste la re idea... voy a ponerme en campaña a ver si consigo sponsors (que me paguen por escribir así dejo de ser secretaria ja).
Gracias por tanto Leito...

Alejandra n dijo...

porque cuando pase el mouse por la historia me titilaba y se movia sin control?

Anónimo dijo...

muy bueno..perdon por la fecha, descubri este blog 2 años despues. Me encantas las leyendas urbanas